Alguien me hizo la siguiente pregunta: «¿Cuál crees que sea la mayor debilidad del ser humano?»
Bueno, yo le pude haber respondido cualquier cosa, al fin y al cabo son tantas las razones que doblegan la voluntad de todo mortal, sin embargo, reflexioné unos segundos y, cual maravillosa visión, cayó en mi cabeza una frase de Albert Einstein:
«Existen dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana; y no estoy seguro de la primera».
Con este epígrafe logré darme cuenta de algo, del abanico de posibilidades que se tienen, es como un menú especial de carnes en espera de sus comensales, y que va desde un simple acto fallido (en palabras de Freud); al que no le atribuyo más que una atención despreocupada, hasta la ausencia del sentido común o, si se quiere, de plato fuerte, medallones de res con salsa de estupidez. Y, claro, para que sea significativa, esta no solo debe conseguir un beneficio, sino ir encaminada a dañar a otros (y si no cuál sería la gracia). Es tan suave su presencia, tan dulce… incluso se pega fácilmente igual que un bostezo, un ataque de risa o una gripe. Sí, es un contagio social, algo así como La peste de Camus invadiendo las calles de la ciudad, o, bien mirado, es una terapia a la antigua, quizá una trepanación (perforación del cráneo con fines curativos), pero en este caso no sería invasiva sino persuasiva, encaminada a influenciar al sujeto experimental en lo correcto. Pero ¿correcto para quién, o para qué? ¿Será que el placer está en arrancarle la cabeza a una lechuza?, ¿pisotear un gato?, ¿destruir la propiedad privada o publicar en redes la belleza del ombligo? ¡Pobres! Ya no se tiene certeza de nada.
Escrita por Oscar soler Instagram: oscarsoler_ps Facebook: oscarsolerps