Es increíble cómo llegamos a valorar la vida cuando estamos a punto de perderla; cedemos ante su imponencia. Y si es así
¿por qué muchos se sienten hastiados de
ella? Yo, por lo menos, escuchaba a una señora decir: «La vida es dura, mijo, no es
para todo el mundo». Lo decía mientras limpiaba el tallo de unas rosas que estaba
a punto de vender. Ahí supe que tenía toda la razón porque, a los pocos días, se
quitó la vida un estudiante.
Bueno, en realidad fueron dos, y músicos. En una sesión
de Psicología, hace más de un año, conocí a Judith, una chica de diecisiete años,
con un intento de suicidio. Me dijo que no tenía sentido enumerar todo aquello que
le hacía sentir mal, y por eso se había resuelto a ingerir medio frasco de Fabuloso
y algunas pastas de Acetaminofén. Antes, había salido al jardín a contar las nubes.
Está bien que a uno se le vayan las esperanzas sin ningún aviso, pero, ¿así? Quién
dice que los estudiantes no habrían sido otro Maurice Ravel, o Chopin, o sacerdotes
o monjas, o el médico de cabecera de alguno de nosotros. Unos creerán que fue
producto de la edad o por falta de consciencia.
¿Cuáles vendrían a ser realmente
las razones? ¿No sería, en tal caso, el desamparo afectivo?, ¿el miedo al fracaso?,
¿la presión de los padres o su ausencia? Yo me pregunto, ¿y qué con el adulto?
Aquella existencia desusada en un mundo nuevo, moderno, cambiante. Quizá ya
venía padeciendo los mismos males, solo que ha estado adormecido, familiarizado
con el fantasma que llega a sentarse a los pies de su cama, alimentándose de las
preocupaciones, de la enfermedad, de las deudas y, en últimas, de la soledad. Delia
Arrizabalaga escribió: «Cuanto más nos creemos en medio de la vida, más la muerte
se atreve a llorar entre nosotros». Venga, pues, y lloramos juntos, la vida está del
otro lado, en la fuerza de una palabra, en la belleza del recuadro que sale cada
mañana de tu ventana, en un instante de inspiración o en una de esas rosas que la
señora suele vender en la plaza.
¿Un mal pensamiento te visita a diario? Ve, tírate
en el piso y atiende al cielo, y si crees que lo vas a hacer, piénsatelo dos veces, ¡no
esperes a contar las nubes!
Escrita por Oscar soler
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